El origen del patriotismo hondureño

Publicado originalmente el 15 de septiembre de 2015. 

Se han preguntado, ¿por qué, y más importante aún, por quién, marchamos en septiembre? Haremos una breve reseña histórica, citando a algunos de los principales historiadores del país, para intentar aclarar las motivaciones políticas detrás de esos rituales que, generación tras generación de hondureños, nos hemos visto obligados a seguir.

Durante una gran parte del siglo XIX, Honduras careció de un gobierno central fuerte que pudiese imponer su autoridad sobre todo el territorio nacional. El gobierno central no podía cobrar las tasas impositivas para sus funciones, pues carecía de un mecanismo de presión nacional (léase ejército, porque la capacidad de aplicar la ley era todavía menor) que pudiera someter a los distintos caudillos y autoridades locales. Con la poca autoridad y legitimidad del gobierno central, llegaron a surgir movimientos independentistas como el de Texiguat en 1843 y el de Olancho en 1860.

Hacerle frente a esta situación, fue una de las prioridades del gobierno del Dr. Marco Aurelio Soto, Presidente de la República de 1876-1883. La denominada “Reforma Liberal”, cuyo ideólogo fue el abogado Ramón Rosa, primo del Presidente y Ministro General de gobierno, incluyó una fuerte campaña en promoción de un discurso nacionalista que pudiera unificar el territorio nacional bajo el mandato de un sólo gobierno.

Los retratos en nuestras aulas de clase

Con esta campaña, narra el historiador Oscar Rápalo, se inicia una minuciosa reconstrucción del pasado, una historia oficial, promovida por el gobierno, a través de la cual varios personajes históricos son seleccionados (José Cecilio del Valle, Dionisio de Herrera, Francisco Morazán, José Trinidad Cabañas y José de la Trinidad Reyes) y se maquillan confusamente como creadores o padres de la nación1.

Se institucionaliza por vía de decreto, un culto secular a este panteón de próceres, convirtiéndolos en referentes simbólicos del ciudadano hondureño por medio de los libros de texto escolares y conocidos rituales como las marchas conmemorando la independencia, los actos cívicos, el juramento a la bandera y otros.

La formación de este tipo, está orientada a reducir la individualidad de los hondureños y tratar de fomentar una uniformidad que haga más fácil la tarea de gobernar. Estos rituales escolares, nos dicen los autores José Carlos Aguado y María Ana Portal, “son elementos importantes en el proceso de socialización [estatización] del niño, ya que recrean valores sociales y norman la conducta individual y colectiva”; así el sistema de educación pública – y privada a causa de las regulaciones – se volvió una herramienta al servicio de la “patria” antes que de los estudiantes2.

El “Panteón sagrado”

Por sobre el resto de las figuras históricas, la sacralización del General Francisco Morazán lo exalta como el principal prócer reinante del “Panteón de Héroes Nacionales”. Ramón Rosa, estaba convencido que para lograr el restablecimiento de la República Federal de Centroamérica se tendría que institucionalizar una serie de símbolos y representaciones de la nación que fueran internalizadas por el pueblo de manera colectiva para que cooperaran con el fortalecimiento de la identidad nacional, es decir, con la consolidación de un gobierno central fuerte.

La “estatuaria cívica” se volvió uno de los campos más explotados por el gobierno. Siendo Morazán el prócer más representado en los diferentes parques y ciudades a lo largo y ancho del territorio nacional. Según Thomas Benjamín, en su obra “La Revolución hecha monumento”, los monumentos son diseñados “para evocar una promesa simbólica que el Estado, el régimen o el gobernante es fiel a los padres fundadores, y de que esa autoridad, por tanto, es legítima”, práctica con gran éxito histórico en la Europa monárquica, el Vaticano, vía de los antiguos imperios romanos, griegos y egipcios3. Son diseñados para proyectar temor o admiración al observador, para recordarles la verdad de la ideología que proyectan, las victorias militares o los triunfos de las revoluciones; por eso, Benjamín Olsen nos recuerda que las estatuas representan el poder y este tipo de representación se convirtió en una máquina de fabricar respeto y sumisión a quienes –supuestamente – representan la “patria”4.

La historia como instrumento político.

Una de las primeras tareas del gobierno de Soto fue encomendar al presbítero Ramón Antonio Vallejo, la redacción de un libro de texto de “Historia de Honduras”. Se creó también, el Archivo Nacional, para guardar la historia común de los hondureños según el gobierno. Esto es una herencia cultural de la Revolución Francesa como instrumento de conformación nacional.

Rosa veía la “Reforma Liberal” como la continuación del proyecto federalista centroamericano, encarnando así la interrumpida epopeya morazánica (al mejor estilo griego) por formar un gran Estado Federal Centroamericano. A través de la deificación de Morazán, los denominados conservadores que se le opusieron, fueron demonizados por la historiografía oficial. Y así, se segmentó a los actores históricos entre “buenos” y “malos” y esta visión se impuso como enseñanza obligatoria en todas las escuelas, colegios y universidades del país, visible todavía en el ideario escolar.

Este discurso nacionalista plasmado en el currículo oficial, supervisado bajo la dirección directa de la Secretaría de Educación, con el que todos fuimos adoctrinados, sigue siendo instrumentalizado por los políticos de hoy. Por un lado, se presentan los “héroes” – haciendo caso omiso a sus falencias – y por otro, se señalan los traidores y los vende patrias, a los que se trata de deshumanizar. La falencia individual más famosa de un miembro del panteón sagrado, es que Valle se opuso a firmar el Acta de Independencia. Creando la imagen que se acató a la proclama de los estadistas provinciales, redactando el documento a la Jeffersoniana, dejándolo verse como egoísta y desleal al movimiento independentista y no a su pueblo, al contrario del hombre perfecto (al mejor estilo del General Washington y General Bolívar) y luego mártir por la causa centroamericana, Francisco Morazán. “Esta historia es la preferida por las instituciones gubernamentales, pues configura a los “grandes hombres” como personajes con quienes es fácil identificarse debido a su presentación como seres casi únicos, extraordinarios” nos advierte el historiador hondureño Alberto Amaya5.

El intento de Soto y Rosa por ordenar la sociedad y de nivelar los ciudadanos con la educación pública, tenía la finalidad de lograr la igualdad formal entre todos como paso previo a lograr la sumisión nacional bajo un sólo gobierno central cuya autoridad no fuese disputada. Por ello, nos dice Gustavo Zelaya, dicha educación se orientó a que cada ciudadano poseyese las mismas ideas políticas acerca del orden y el progreso, la misma militancia, se sintiese miembro de la comunidad y que creyera y siguiese a sus gobernantes, los ahora verdaderos representantes del pueblo6.

El jurista argentino Juan Bautista Alberdi, hablando sobre la adopción de estas concepciones del patriotismo dijo, “Tal es el régimen social que ha producido la Revolución Francesa, y tal la sociedad política que en la América greco-latina han producido el ejemplo y repetición, que dura hasta el presente. Sus individuos, más bien que libres, son los siervos de la Patria [Estado].7

Referencias

Aguado, J. C., & Portal, M. A. (1991). Tiempo, espacio e identidad social. Alteridades, 31-41.

Alberdi, J. B. (1880). La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual. Novena conferencia del ciclo conmemorativo del centésimo quincuagésimo aniversario de la Jura de la Constitución Nacional.

Amaya, J. A. (2011). La reforma liberal y la construcción de la figura de Francisco Morazán como imaginario de la nación. <Paradigma> – Revista de Investigación Educativa(31).

Benjamin, T. (1996). La Revolución hecha monumento. Revista Historia y Grafía(6), 113.

Olsen, D. (1986). The City as a Work of Art. London, Paris, Vienna: Yale University Press.

Rápalo Flores, O. (2001). Identidad, símbolos nacionales y memoria colectiva. Revista Yaxkin, XXIII.

Zelaya, G. (2011). RAMON ROSA Y LA REFORMA LIBERAL DEL SIGLO XIX. Obtenido de Los folios de Honduras: Espacio para el pensamiento, la ficción, el arte y la poesía de Honduras: http://jorgeluis-folios.blogspot.com/2011/07/ramon-rosa-y-la-reforma-liberal-del.html

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